Es muy probable que, cuando a principios del siglo pasado el gremio de editores y libreros de Barcelona se planteó organizar un acto para dar impulso a la venta de libros en Cataluña, nadie se imaginara mínimamente la trascendencia que con el tiempo alcanzaría el recién nacido Día del Libro.

Aunque el día escogido para la primera edición de esta original fiesta de promoción de la lectura fue el 7 de octubre, se cambió al cabo de dos años, durante la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Y, por si fuera poco, la nueva fecha del 23 de abril además de coincidir con la muerte de dos grandes autores – Cervantes y Shakespeare –, lo hacía con la festividad de Sant Jordi^[1] patrón de Cataluña.

Se tienen noticias que desde la Edad Media cada 23 de abril se celebraba en Barcelona una feria de rosas vinculada a la leyenda de Sant Jordi a la que iban sobre todo novios y prometidos. Según cuenta dicha leyenda, Sant Jordi salvó a una princesa cautiva matando a un dragón de cuya sangre brotaron rosas.

Unir la iniciativa comercial y cultural con una tradición tan arraigada en Barcelona fue una fórmula que funcionó. Así pues, la jornada librera bajo el signo de la lectura, las rosas y los enamorados se repite desde entonces y las calles de la ciudad se convierten en una librería al aire libre: escritores y escritoras firman ejemplares de sus obras y se presentan novedades editoriales. Sin olvidar a lo largo de la jornada obsequiar con una rosa a la persona amada.

La fama de la festividad catalana contribuyó sin duda a que la Unesco declarara el 23 de abril «Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor». A pesar de su internacionalización, la Diada de Sant Jordi sigue conservando su esencia, y el intercambio de libros y rosas son el alma de la fiesta.

(Yolanda Sabaté)
(Créditos de la imagen: Wikimedia Commons)